martes, octubre 21, 2014

ES QUE EL ODIO ES MÁS FUERTE.


En otra vuelta de tuerca de la revolución marxista-leninista en curso, su sucursal representada por la justicia de izquierda ha dispuesto la detención por el delito de “asociación ilícita”, del coronel (r) Cristián Labbé, ex alcalde de Providencia, por haber oficiado hace cuarenta años de instructor en un regimiento al cual le cupo una eficaz actuación contra los grupos guerrilleros de más de veinte mil hombres en armas que se aprestaban a dar el golpe final a la “democracia burguesa” –como ellos la llamaban-- en 1973.

          A Labbé no le han imputado ningún “secuestro permanente”, como a otros oficiales condenados por mantener imaginariamente privados de libertad a terroristas durante todos estos años. Tampoco haber cometido un “delito de lesa humanidad”, que no estaba tipificado en 1973 y que, no obstante haber sido instituido entre nosotros sólo en 2009, es dotado de retroactividad por nuestros jueces de izquierda, tras acoger las convincentes razones de abogados comunistas como Eduardo Contreras, actual embajador en Uruguay que goza de la prerrogativa de inamovilidad.

Es que al coronel Labbé era preciso condenarlo por algo, y la ministra sumariante Marianela Cifuentes ha descubierto ese “algo”: Labbé osrganizó en 1973 una "asociación ilícita", que era parte del Ejército de Chile. Pero ¡cómo! si eso no es un “secuestro permanente” ni un “delito de lesa humanidad” y sucedió hace cuarenta años, cuando el plazo máximo de prescripción es de quince. No, es que Labbé es militar. La prescripción se aplica, por ejemplo, a un asesinato múltiple de 1986, confesado públicamente por Guillermo Teillier, porque él es comunista y no militar, aunque fuera el “encargado militar” de su partido. ¿Entiende?

¿Y los jueces de izquierda, que de manera pública, reiterada y desembozada se niegan a aplicar las leyes en los procesos contra militares, no están incurriendo en una prevaricación (que es un delito) sostenida en el tiempo? ¿No constituirían ellos mismos, entonces, una “asociación ilícita”? Por favor, no haga preguntas tontas: los jueces no son militares.

Labbé ha sido un blanco preferente de la actual revolución marxista-leninista en curso, probablemente porque fue la ÚNICA autoridad del país que, cuando dicha revolución se inició, en 2011 y en "la calle", pretendió hacer respetar las leyes. Cuando los estudiantes revolucionarios alzados usurparon los locales de los liceos de Providencia (delito flagrante), llamó a la fuerza pública y los hizo desalojar. Pero los revolucionarios presentaron recursos ante la Corte Suprema, cuya mayoría de izquierda desautorizó al entonces alcalde. Y en esos días quien oficiaba de Presidente de la República también cohonestaba la revolución, afirmando ante Naciones Unidas que era un movimiento “grande, noble, hermoso”. Así es que, finalmente, ya no la detuvo nadie, y en eso estamos hoy.

Chile ha sido siempre un país de profundas divisiones, pero este negativo rasgo se acentuó cuando se instalaron acá las sucursales de la doctrina del odio, el marxismo- leninismo mundial. Antes de su aparición, los chilenos éramos capaces de reconciliarnos después de los más terribles conflictos. Ahora no, porque “el odio es más fuerte” y está en el poder y en la judicatura.

En 1891 hubo una terrible guerra civil. Generó sangrientas venganzas, pero a los pocos años los odios habían sido superados y fueron dictadas suficientes amnistías para que nadie fuera perseguido por sus actos durante el período revolucionario. Es que no había llegado a nuestras costas el marxismo-leninismo, la doctrina del odio. En 1973 se abortó una guerra civil, afortunadamente, al costo de un tercio de las víctimas que generó la de 1891, pero, como la doctrina del odio ya inficionaba a nuestra sociedad, cuarenta años después la vindicta política sigue operando.

He reiterado en este blog que el libro más importante de 2013 fue “Procesos Sobre Violaciones de Derechos Humanos. Inconstitucionalidades, Arbitrariedades. Ilegalidades”, del autor Adolfo Paúl Latorre, que analiza casos como el que afecta al coronel Labbé. Pues bien, ahora dictamino que el libro más importante de 2014 es “Un Veterano de Tres Guerras”, de Guillermo Párvex, editado por la Academia de Historia Militar. Una vez comenzado no se le puede soltar. Las tres guerras fueron la de 1879-84, la Pacificación de la Araucanía y la Guerra Civil de 1891. El “veterano” de la tres fue José Miguel Varela, un noble abogado de 22 años que, inflamado de patriotismo tras la gesta heroica de Prat, se ofreció de voluntario al Ejército en 1879, participó en los más sangrientos combates, hizo una brillante carrera militar y terminó, víctima de la vindicta política, desilusionado de los chilenos y arrojando todas sus condecoraciones a una acequia, pues fue injustamente perseguido después de 1891 por el bando triunfador.

Pero fue víctima de la venganza política por dos años, y no por cuarenta, como ahora lo son los salvadores del país en 1973.

En libros y artículos he sostenido la superioridad moral de los chilenos del siglo XIX respecto a los del XX y el XXI. El rebuscado fallo de la ministra Cifuentes no habría sido posible tras la Revolución de 1891, porque el odio entonces “no era más fuerte”. Duraba menos. Había reconciliación. El perdón los alcanzaba a todos y no sólo al bando vencedor de la posguerra, como ahora, en que los otrora guerrilleros fueron amnistiados e indultados y gozan de jugosas pensiones y prebendas, mientras sus vencedores vegetan en las cárceles, enfermos, octogenarios y sin que siquiera se les reconozcan beneficios penitenciarios (le acaban de rechazar, por mero arbitrio de un agente del odio, el Director de Gendarmería, el derecho a salida dominical al mayor Herrera Jiménez, que lleva 25 años preso, y a quien la salida dominical le había sido autorizada por el Consejo constituido para esos efectos).

El Gobierno Militar, cuando fue triunfador, perdonó y amnistió. Pero, tras ser derrotado en la posguerra, sus sucesores civiles no han sido capaces de eso y nos mantienen en un clima de odio y sin posible reconciliación.

Hermógenes Pérez de Arce.

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